Taller 772
Básicamente el taller 772 lo conformábamos Pepe Torres, Jorge Aguilar, Margarita Poseck y Eugenia Poseck (que vivía en Madrid) como actriz invitada. Nos formamos como grupo a mediados de los 80 y tuvimos nuestros primeros «actos teatrales» en la fría casona, bien llamada «Siberia», ubicada donde hoy se encuentra el edificio de Arquitectura. En ese lugar botamos unas murallas y ampliamos el espacio para presentar El Hombre que se Convirtió en Perro, dirigido por Margarita Poseck y con algunos actores invitados, recuerdo particularmente a Jorge Vergara, de Antropología, Ximena Morandé, Bibi Rodriguez. Todas las personas que rondaron cerca de Siberia pertenecían a la universidad, eran estudiantes de distintas carreras y unos y otros aportaron desde distintas disciplinas a esta idea. También presentamos Rot-11, una performance asociada al deporte y el desquiciamiento, con mucha música y visualidades Archi, lugar donde tomaba pensión Pepe Torres y donde nos prestaron el viejo garaje de la casona. Ahí ensayamos Sangre en el Cuello del Gato de Rainer Werner Fassbinder, nuestro ícono máximo de esos años. Devoramos todas sus películas y extrajimos todo aquello que nos relacionaba con su cinematografía. Cuando supimos de la existencia de este texto, escribimos a Alemania solicitando el texto. En esa época no existía internet, por lo tanto los flujos comunicacionales eran lentos y muy escasos. Jamás pensamos que nos responderían, así que aquel día que llegó una caja llena de libros sobre Fassbinder y el texto señalado, fue una verdadera fiesta. Conseguimos que Cecilia Zimmermann, esposa de un académico de la UACh y de nacionalidad alemana, además de ferviente activista de la cultura, nos tradujera el texto. El estreno de Sangre en el Cuello del Gato fue el jueves 29 de febrero de 1987 y participaron Eugenia Poseck, Jorge Aguilar, Lilian Villanueva, Alicia Triviños y Osvaldo Cortés Lo que caracterizó nuestro trabajo en el Taller 772 era esa búsqueda –absolutamente intuitiva– de las posibles relaciones entre la escena y la imagen. Estábamos tan obsesionados con el cine que organizábamos «maratones cinematográficas» en mi casa ubicada en el muelle La Peña, que duraban toda la noche y todo el día, como una prueba de resistencia: quien lograba mantenerse lúcido más tiempo. Nos abastecíamos de películas con Guido Mutis. Recuerdo salir de su casa, en la calle Carampangue, con una «pirgua» de plástico llena de sus VHS, que tiene que haber sido para él un tremendo desgarro pasárnosla, porque claro tampoco estábamos en nuestro sano juicio y, evidentemente, corrían peligro. La antesala al inicio de nuestra necesidad de filmar imágenes para nuestros espectáculos fue una obra que armamos y presentamos en el cine Central, ubicado frente a la plaza, un lugar maravilloso, pequeño y cuyo espacio escénico era muy estrecho. Ahí presentamos Teatro de Medianoche, un espectáculo con música de Abercrombie e imágenes que proyectábamos desde un proyector de 16mm conseguido en la Alianza Francesa. La dramaturgia era este hibrido entre cuerpos, música, imágenes. No se hablaba. Las funciones comenzaban después de la última función de la sala, es decir a las 12 de la noche. Por eso le llamábamos Teatro de Medianoche. Nuestros espectadores eran algunos estudiantes nocturnos y borrachos que entraban a las sala con botella en mano y alucinaban con esta puesta en escena que ni nosotros entendíamos.
Entonces conseguimos una cámara, en la Municipalidad, y ocupamos de locación las antiguas y abandonadas ruinas de El Correo de Valdivia en la calle Yungay, donde actualmente está el Juzgado de Policía Local. El sitio era maravilloso, de un abandono absoluto, con sus grandes maquinarias en desuso. Entrábamos al lugar en forma clandestina, conectando un foco con un gran cable desde la pensión de Don Archi. Las primeras tomas las hicimos sobre el techo de la casona, ocupamos un gran catre antiguo. Hasta ahí todo iba bien; sin embargo, cuando Marcos Leal, el camarógrafo que venía de la Municipalidad a ayudarnos, vio el lugar abandonado, lleno de agua e incluso muy peligroso, aceleró el proceso, filmó unos cuantos planos, no nos hizo caso en nada, y se mandó a cambiar, deseoso creo yo de alejarse de nosotros lo más rápido posible. Años más tarde esas imágenes se editaron y circularon en algunos lugares sórdidos del Santiago bohemio y clandestino de los 80. El grupo se desarmó cuando cada uno debió partir fuera de Valdivia. De alguna manera esta experiencia, corta e intensa, marcaría muchas cosas en la concepción del teatro y también del cine que desarrollamos a futuro.
Margarita Poseck Menz

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