En la memoria de sus alumnos de la Escuela de Teatro permanece viva la entrañable presencia del maestro Juan Guzmán Améstica. Y sus maravillosas anécdotas. Hecho prisionero después del golpe, un tenientucho ordenó a los presos trotar por el patio. Don Juan (como cariñosamente le llamamos siempre) replicó: «Es decir,1 máteme. Soy enfermo del corazón así es que igual moriré si corro. Es decir, máteme». Una vez, inició su clase preguntando por autores de teatro contemporáneo norteamericano, no hubo quién en el curso diera noticia de los tales. Filípica de unos diez minutos acerca de la desidia de los alumnos, de su ignorancia, su poco interés. Hasta que alguno se atrevió a decir con temblorosa voz: «Don Juan, perdone, esta es la clase de teatro griego». Respuesta: «Es decir, me equivoqué de clase». Y esta, que llamamos por qué los asientos del bar del Paula tienen respaldo: Llegó Don Juan, bastante pasado de copas, hasta el, a estas alturas casi mítico, Café Restaurant Paula, del inolvidable Pato Águila, lugar donde, por décadas, se juntó la flor y nata de la bohemia valdiviana. 2 Pidió un hotdog. Entre el ruido de las conversaciones y el entrechocar de platos, vasos y botellas, no le escucharon o simplemente no le hicieron caso. Se quedó dormido. Despertó. Volvió a pedirlo y se volvió a dormir. Despertó por tercera vez y ya indignado porque no traían su pedido, levantó su mano presa de Dies irae y… se fue de espaldas, golpeándose en la cabeza y provocándose un TEC cerrado. Carreras del Pato Águila y algún amigo solidario para trasladar al paciente, ahora sin sentido, hasta el hospital.
Luego don Juan contaba: «Es decir, desperté en un lugar completamente blanco, es decir, quise mover un pie y no pude». (Claro, lo habían amarrado a la cama para que no cayera si tenía convulsiones). «Quise mover un brazo, es decir, y tampoco. Miré hacia arriba, es decir, y vi un crucifijo. Dije entonces, es decir ¡chucha, me morí!»

1 «Es decir»: muletilla de don Juan Guzmán.
2 Y al que en dictadura llegaban también los agentes de la CNI, que tenían su cuartel un poco más allá, en la misma calle Pérez Rosales, donde está hoy la Casa de la Memoria. Los reconocíamos a todos y ellos, imagino, también a nosotros.

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